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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

por una parte se muestran amigos de unos y de otros, y por otra los enzalzan y los venden! qué bien lo dijo Filon Alejandrino con estas palabras: ¿no habeis visto por ventura a estos aduladores que así de noche como de dia, estan regalando los oidos y endulzando a sus reyes y señores las orejas, y no tan solamente aplauden sus particulares dichos, sino tambien con repetidas y prolijas alabanzas los adornan, y en lo interior del alma y tácitamente los murmuran y maldicen, al paso que publican sus grandezas? De esta calidad eran algunos que mostraban ser íntimos amigos del un príncipe y del otro, y obraban como mortales enemigos; y aunque se conozcan y experimenten por tales, no sé qué se tienen las vanas adulaciones, que aunque a una en lo exterior y descubierto, el mas cuerdo y avisado sienta mal de aquellos que le lisonjean y adulan, en lo interior del alma se consuela y regocija. Sintiólo así San Gerónimo en estas palabras: naturalmente nos lleva (dice) el apetito y arrastra la voluntad lo malo; de buena gana fomentamos y aplaudimos a nuestros aduladores, y aunque a estos tales correspondamos, y la vergüenza se nos esparza por el rostro, con todo eso sus alabanzas interiormente alegran el spíritu y regocijan el alma. Estas son las palabras de este santo doctor, de las cuales podemos sacar, que hai mui pocos que no se dejen llevar de lisonjeros y de sus razones halagüeñas, con que se hallarán mui raros que sigan la opinion de aquel filósofo que aborrecia tanto las lisonjas y mentiras, que decia, que primero se dejaria morir que mentir ni adular. De otro cantó un trájico poeta los siguientes versos: Prius vel sydera Terram subibunt, terra vel scandet polum, Quam molis a me extorqueatur vox tibi. Antes saldrán de su asiento Esos polos celestiales, Y sus cursos. naturales Quedarán sin movimiento; Antes la tierra en el viento Tendrá fijo su lugar, Que yo te pueda adular Ni decir lo que no siento. Esto cantaba y decia con maduro acuerdo el filósofo, y el santo rei David nos enseña de la suerte que se han de tratar, y en el lugar que se han de poner los embusteros aduladores. Llegó el Amalecita del ejército derrotado de Saul, el rostro macilento, rasgadas las vestiduras, y cubierta de ceniza la cabeza, costumbre de los antiguos jentiles, como lo advierte Virjilio: Corripiens manibus cinerem nigramque favilam, Insper sit capiti et faciem foedavit honestam. Cojiendo la ceniza Y el polvo delicado con las manos, La cabeza matiza,