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HISTORIADORES DE CHILE.

Mollbunante, los cuales me ayudaron a subir a caballo, y ellos con los demas hicieron lo propio, y proseguimos nuestra derrota poco ántes de ponerse el sol. Caminamos al trote largo y a ratos a galope por las faldas de Guadaba, que son unas lomas rasas y en partes escabrosas, y salimos por la quebrada que llaman del Ají, y como la luna nos era favorable por estar mui cerca de su lleno, alargamos el paso a media rienda, y al amanecer nos hallamos esguazando el estero de Vergara, por arriba del fuerte, a distancia de una legua algo mas o ménos, y al descubrir el sol sus hebras de oro, a los veinte y nueve dias de noviembre, dia del ínclito mártir San Saturnino, y víspera del señor y glorioso apóstol San Andres, llegamos a los muros del fuerte del Nacimiento, con bandera de paz de un lienzo blanco que en una caña brava habíamos puesto, para que yo en las manos la llevase; y habiendo dejado las armas que traian como distancia de una cuadra, nos acercamos todos a la contra muralla que tenia el fuerte de maderos tupidos y bien fijos en la tierra: y adentro estaba la muralla de otros mas gruesos y fuertes postes y maderos, y por de dentro sus festones y parapetos, sus cubos y baluartes en las esquinas, con sus piezas de artillería que barrian los lienzos de la fortaleza. Hablaron los caciques por entre los maderos y preguntaron si estaban los prisioneros caciques dentro del fuerte, por quien yo me habia de rescatar, y respondieron que sí, que solo se aguardaba el barco para que llegase Licanante, sobrino de Pailamacho, por quien se habia de rescatar Diego Zenteno. Pues hagamos luego el trueque, dijo Mollbunante, cuñado (como queda dicho) de Taigüalgüeno, que allí se demostró ya sin prisiones, que despues, si llegare Licanante, se efectuará el trueque de Diego Zenteno. Sea mui en hora buena (dijo el capitan y cabo de la jente de guerra que asistia en el fuerte); vengan a la puerta con nuestro capitan bien deseado, y entrando por las puertas de estos muros saldrán los caciques prisioneros. En el ínterin que se apearon los que se habian de allegar conmigo, que fueron Mollbunante, Quilalebo, Millalipe, hijo de mi huésped Tureupillan, y otros seis o siete principales, salió a la contra muralla el capitan y cabo bien armado, y todos sus soldados de la propia suerte, que serian hasta setenta u ochenta, con sus picas, mosquetes y arcabuces, y se pusieron en ala al son de la caja y otros instrumentos bélicos. No dejaron de recelarse mis amigos y compañeros, diciéndome, que para qué salia el capitan con las armas en las manos cuando ellos estaban sin ellas. Respondíles que aquello se usaba entre nosotros, y que bien sabian ellos que no podíamos hacer traicion alguna con los que entraban debajo de la real palabra; y vos, Mollbunante, bien sabeis que esto es así, pues habeis entrado y salido entre los nuestros todas las veces que os ha parecido, sin que hayais experimentado ningun doble trato. Es verdad, respondió Mollbunante, y así nos podemos allegar a las puertas con todo seguro. Vamos pues, dijo Quilalebo, que fuera yo con el capitan a cualquiera parte que quisiese llevarme, con toda confianza, sin recelarme