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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

Sus palabras recebí
Con apretados oidos,
Y con iguales jemidos.
Los suyos correspondí.

Con que, cada vez que volvia el rostro a mirarme, me atravesaba el alma, y correspondiéndonos con unos suspiros y sollozos desmedidos, sin podernos ir a la mano, muchos de los ministros circunstantes daban muestra de hallarse condolidos. Porque hai algunos entre ellos que se duelen y lastiman de los miserables que en tales casos y ocasiones tienen mala fortuna, como lo manifestaba Maulican mi amo en el sacrificio que le obligaron a hacer (como despues lo significó a sus amigos.) Allegóse al desdichado mancebo y díjole: cuántos palillos tienes en la mano? Contólos y respondió que doce; hízole sacar uno preguntándole, que quién era el primer valiente de los suyos. Estuvo un rato suspenso sin acertar a hablar palabra, ya con la turbacion de la muerte que aguardaba, o ya porque no se acordaba de los nombres que le dijeron; a cuya suspension el maestro de ceremonias que con su toque asistia al ejecutor del sacrificio, habló de adonde estaba y le dijo: acaba ya de hablar, soldadillo. El miserable turbado, pareciéndole que seguia el órden como se debia, respondió diciendo: este es el gobernador. Replicóle el Butapichon: no es sino Alvaro, que aquí solamente los valientes conocidos se nombran primero: echaldo en ese hoyo. Con que dejó caer el palillo como se lo ordenaron. Sacad otro, le dijo mi amo; y habiéndolo hecho así, le preguntó quién era el segundo. Respondió que el apo, el gobernador. Echadlo en el hoyo y sacad otro, le dijo; con que fué por sus turnos sacando desde el maestro de campo jeneral y sarjento mayor hasta el capitan de amigos llamado Diego Monje, que ellos tenian por valiente y gran corsario de sus tierras; y acabado de echar los doce palillos en el hoyo, le mandaron fuese echando la tierra sobre ellos, y los fué cubriendo con la que habia sacado del hoyo; y estando en esto ocupado, le dió en el celebro un tan gran golpe, que le echó los sesos fuera con la macana o porra claveteada, que sirvió de la insignia que llaman toque. Al instante los acólitos que estaban con los cuchillos en las manos, le abrieron el pecho y le sacaron el corazon palpitando, y se lo entregaron a mi amo, que despues de haberle chupado la sangre, le trajeron una quita de tabaco, y cojiendo humo en la boca, lo fué echando a una y otras partes, como incensando al demonio a quien habian ofrecido aquel sacrificio. Pasó el corazon de mano en mano, y fueron haciendo con él la propia ceremonia que mi amo; y en el entretanto andaban cuatro o seis de ellos con sus lanzas corriendo a la redonda del pobre difunto, dando gritos y voces a su usanza, y haciendo con los piés los demas temblar la tierra. Acabado este bárbaro y mal rito, volvió el corazon a manos de mi amo, y haciendo de él unos pequeños pedazos, entre todos se lo fueron comiendo con gran presteza. Con esto se volvieron a poner en sus lugares, y persuadieron con instancia a Maulican los caciques, que respondiese o hablase lo que