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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

amo para dentro de quince dias, que le enviarian las pagas ofrecidas sin que faltase alguna, para que en su retorno me remitiese a sus tierras, adonde se habia de hacer el cojau o parlamento con toda solemnidad y junta de contornos; con que se despidieron los unos de los otros mui contentos, despues de haber dejado la cabeza de aquel desdichado mancebo clavada en una estaca gruesa y levantada, y el cuerpo en aquel suelo o campo raso ofrecido a las bestias por sustento. Y nosotros nos quedamos en nuestro alojamiento, entretenidos en el reparo de nuestras pequeñas chozas; de adonde salimos en demanda de alguna leña seca para repararnos aquella noche de los hielos y frios que nos prometia el tiempo. Y aunque eran con extremo sus efectos, yo me hallaba sudando con el fuego de las congojas y aflicciones que me oprimían el alma, de haber visto aquel triste spectáculo y lastimoso fin de mi compañero, y por la sentencia de muerte que en mi presencia me promulgaron.

Verdaderamente que es gran consuelo y alegría para el que tiene vivo conocimiento de la pasion y tormentos que padeció nuestro Redemptor sin causa alguna, mas que la atencion sola de nuestra salud y vida, el padecer tribulaciones y trabajos; pues hasta haberlos experimentado por Cristo, Señor nuestro, no se puede llamar ninguno immitador suyo ni verdadero cristiano, como lo notó el glorioso padre San Agustin sobre el Ps. 55, en que dice el Profeta Rei estas palabras: tened misericordia de mí, Dios y Señor mio, porque estoi hollado y vilmente pisado del hombre. Quién mas bien pudo decir estas razones que yo, cuando me ví oprimido, sujeto y postrado a los piés de una voluntad bárbara y sin estabilidad en sus acciones; en cuyo lugar dijo el santo: no ha dado principio a ser verdadero cristiano quien no le ha dado a padecer por Cristo; que sin la divisa de su bendita pasion, no lo pareciera el mesmo, pues apreció tanto sus tormentos, que aun estando glorioso y triunfante, conservó las señales de sus llagas y heridas por ostentar el entrañable amor que tuvo a nuestra naturaleza humana.

Salimos por allí cerca en demanda de la leña mi amo, otro compañero y yo, y al descuido cuidadoso me entré en un bosquecillo de coleales, que nosotros llamamos cañas bravas, y como llevaba el corazon tan tierno y oprimido de los pasados lances y sucesos, considerando los infortunios y desdichas que a cada paso se me iban disponiendo, me hinqué de rodillas en lo mas oculto de sus ramas y levanté los ojos para el cielo, desaguando por ellos el caudaloso mar que anegaba mis sentidos y aumentaba mis pasiones, ofreciendo a su divina Majestad mis trabajos y aflicciones por medio de la sacratísima Vírjen del Pópulo, Señora nuestra. Y estando de esta suerte entretenido y mui cerca de hallarme sin alientos, llegó Maulican mi amo, que al descuido cuidaba de mis pasos, y me dijo con semblante alegre y cariñoso: ¿qué haces aquí, capitan, en este bosque metido? Volví el rostro a sus razones y levantéme del suelo, bañados los ojos en lágrimas, y le dije: aquí me habeis hallado encomendando a Dios, aguardando por instantes mi fin postrero y muerte