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NUÑEZ DE PINEDA Y BASCUÑAN.

taban atendiendo a nuestras acciones, y estando de la suerte referida, se hincó de rodillas el pobre soldado, y hechos arroyos sus ojos, lastimados con gran ternura, me dijo las siguientes razones: Señor capitan y padre mio, acuérdese vm. de mí, que soi un desdichado miserable, hombre de tierras extrañas, sin deudos ni parientes que puedan hacer memoria de mis trabajos. Vm. es mi capitan, mi señor y dueño; duélase vm. de mí cuando se vea en su casa fuera de estas miserias y penalidades, que yo espero en Dios y en su bendita madre que se ha de rescatar vm. mui breve. Yo soi el que tengo de perecer en estas desdichas y en este penoso cautiverio, el que tengo de morir sin consuelo entre mis enemigós. Yo soi el que no he de llegar a tener dicha de volver a tierra de cristianos, ni ver a mis amigos y compañeros, si vm. no se acuerda de mí. que soi su soldado, y se duele de un desdichado solo y aflijido, en habiendo ocasiones de rescates, que por vm. se ha de abrir la puerta para ellos, que no lo dudo. Mucho lastimaron mis sentidos y atravesaron el alma las razones, suspiros y llantos de este pobre soldado, que estando abrazado de mis piés, y mis brazos sobre su cabeza, no le pude responder en grande rato, sino fué con palabris que salian por los ojos de lo mas íntimo del corazon tan copiosamente y abundantes que le bañaron el rostro, que levantado tenia para mí, estando de rodillas a mis piés, que enlazados los tenia con sus brazos regandómelos con sus copiosas lágrimas. Fué tanto lo que se enternecieron los circunstantes de habernos visto de la suerte referida, que los muchachos hijos del indio nuestro amigo lloraban con nosotros sin medida, y el P., que era hermano del dueño y amo del soldado, se llegó enternecido a donde estábamos, a dividirnos y a consolarnos con cariñoso agrado, diciéndome: capitan! amigo! no tengas tanta pesadumbre, ni te desconsueles de esta suerte, que tu buena fortuna y agradable semblante te ha de ayudar y ha de ser propicio para que con brevedad llegues a tu tierra. Y mira que ha latido en tu abono este brazo derecho, y en prueba de que ha de suceder lo que te he dicho, porque nunca me ha faltado esta seña y pronóstico verdadero. Con esto nos desenlazamos los dolientes, y volví a abrazar a este valeroso amigo y camarada, encomendándole aquel pobre soldado en su presencia, que no permities en le apurasen con malos tratamientos, ni le quitasen la vida, ya que su fortuna le habia permitido haber encontrado con tan principales amos y de tan jenerosos ánimos y corazones piadosos. Prometióme con juramento que no permitiria de ninguna suerte que le hiciesen pesar alguno, ántes con mucho amor y cortesía le tratarian, por habérselo yo pedido y porque naturalmente se inclinaba a querer bien a los españoles. Entónces volví a abrazar a mi soldado y compañero y le consolé mucho repitiéndole lo que el indio nuestro camarada me habia prometido, y que tuviese buen ánimo, que en los trabajos y desdichas se experimentaba el valor y esfuerzo de los hombres; como nos lo muestra Ciceron, y en las antiguas historias hallarémos ejemplificada esta verdad, que aun las mujeres en