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a la guerra araucana, y aun en los poemas en que esta guerra fué cantada. Sirvió desde la edad de catorce años, desempeñó por mas de diez el cargo de maestre de campo jeneral bajo la administracion de cuatro gobernadores, y solo se separó del servicio cuando la edad y los achaques consiguientes a sus heridas lo imposibilitaban para el servicio militar. A los sesenta y seis años, don Alvaro se hallaba privado de un ojo e imposibilitado para andar por sus propias piernas. Entónces se retiró a Chillan para cuidar de la educacion de su familia.

El autor del Cautiverio Feliz nos ha dado prolijas noticias acerca del carácter de su padre, de la severidad de sus principios y de sus costumbres, de su espíritu relijioso, y de su honradez y desprendimiento que lo distinguian esencialmente de sus compañeros de armas. Cuenta a este respecto que su escasa fortuna estuvo siempre a disposicion de todos los que solicitaron su ausilio, que sus bienes fueron administrados siempre por un hermano suyo, y que su alejamiento de los negocios llegó a tal estremo que no distinguia los reales de a dos de los de a cuatro [1].

Pero don Alvaro no procedió con el mismo descuido cuando trató de dar educacion a su hijo. Como hubiera fallecido su esposa, lo colocó en la escuela de un convento de los padres jesuitas, donde permaneció durante nueve años. En este tiempo, don Francisco adquirió conocimientos nada comunes en la colonia. Aprendió bien el latin, estudió los principales escritores que ilustraron esa lengua y llegó a conocer las sagradas escrituras y las obras de algunos padres de la iglesia y espositores de la ciencia teolójica.

Talvez don Alvaro habria destinado a su hijo a la carrera eclesiástica; pero algunos juveniles desaciertos de éste, y el deseo de correjirlo sériamente, lo obligaron a cambiar de determinacion y a alistarlo de soldado en una compañía de infantería española. El respeto y valimiento de que gozaba el antiguo maestre de campo le habria permitido sin duda colocar a su hijo en un rango superior. "El gobernador, dice el mismo Bascuñan, era caballero de todas prendas, gran soldado, cortés y atento a los méritos y servicios de los que servian a S. M., y considerando los calificados de mi padre, le habia enviado a ofrecer una bandera o compañía de infantería para que yo fuese a servir al rei nuestro señor con mas comodidad y lucimiento a uno de los dos tercios, dejándolo a su disposicion i gusto. De lo cual le hice recordacion diciéndole que parecia mas bien que como hijo suyo me diferenciase de otros, acetando la merced y ofrecimiento del capitan jeneral y presidente: razones que en sus oidos hicieron tal disonancia que lo obligaron a sentarse en la cama (que de ordinario a mas no poder la asistia) a decirme con palabras desabridas y ásperas que no sabia ni entendia lo que hablaba, que cómo pretendia entrar sirviendo al rei nuestro señor con oficio de

  1. Cautiverio Feliz, discurso 5.°, Cap. 25.