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HISTORIADORES DE CHILE.

manda de nuestros animales, a ver si por alguna parte habian salido de aquel arrebatado piélago, y volvimos a subir a un alto de aquel cerro para divisar desde la cumbre mas a lo largo la campaña. Y en toda ella no se descubrian, con que tuvimos por cierto que las violentas aguas del estero habian dado fin a sus vitales alientos, por haberlos imposibilitado con las ligaduras que en las manos les pusimos, que a no haber estado de aquella suerte, hubieran sin dificultad alguna salido a salvamento. Desafuciados ya de topar con nuestras bestias, perdidos en aquella campaña, sin saber por adonde habíamos de encaminarnos ni pasar el estero embravecido, habiendo divisado de la otra banda dellos cerros y lomas altas de Elol, que eran adonde llevaba la mira puesta mi amo, nos hallamos suspensos y confusos. Entramos en acuerdo para determinar y resolver lo que habíamos de hacer; y fuí yo de parecer que hiciésemos, como la pasada noche, una choza o toldeta de las frezadillas y mantas, hasta que pasase aquel aguacero que con un ventarron deshecho nos atribulaba, o por lo ménos algun tanto templase sus rigores, porque me parecia desesperada cosa marchar a pié, cayendo y levantando, por pantanos y lomas con los fustes a cuestas; a que respondió mi compañero, que no podia ser el dilatarnos mas, porque seria aguardar a tener otra peor noche, si con tiempo no solicitábamos algunos ranchos, que a orillas de aquel estero no podíamos dejar de encontrar con ellos; y que supuesto ya que nos hallábamos bastantemente mojados, que tenia por lo mas conveniente buscar algun abrigo y qué comer, pues nos faltaba ya el sustento y era forzoso que tambien el hambre nos fatigase. Repliquéle, que por adónde habíamos de caminar si él no sabia el camino ni el paraje en que se hallaba; a que me respondió, que tirásemos el estero abajo, porque seria peor que nos estuviésemos sin hacer alguna dilijencia, que suele ser madre de la buena fortuna. Vamos, pues, luego, le respondí, que me parece mui bien vuestra resolucion, y así no hai que dilatarnos. Cojimos nuestros fustes sobre nuestras cabezas, que al reparo de un frondoso árbol los habíamos puesto un rato, y marchamos ensillados como bestias el estero abajo, deseosos de encontrar algunos ranchos o chozas en que podernos albergar aquella noche; y al cabo de haber caminado cerca de tres leguas, encontramos una vereda que infaliblemente era la que habíamos dejado a manderecha, y la que nuestros guias nos habian señalado, pues cojiéndola en la mano, a pocos pasos que dimos nos llevó a uno del estero, de adonde divisamos de la otra banda cuatro o cinco ranchos enfrente de nosotros, distantes de sus riberas mas de seis cuadras, por estar arrimados al abrigo de una loma y ceja de la montaña. Esto seria ya mui cerca de la noche, porque en el discurso del dia habíamos caminado poco ménos de cuatro leguas. Llegamos al paso del estero, que por aquella parte venia cenido y encañado, y de allí dimos repetidas voces para que nos pudiesen oir los habitadores de aquel valle, que fué necesario