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no alcanzado todavía por otro pueblo, en este o en otros Continentes; que ibamos a hacer la Revolución; que no habíamos engañado a nadie; que todo Chile y todos los que desde el extranjero nos miraban con ojos honestos, pudieron entender que este Gobierno iba a cambiar las bases de una sociedad caduca para iniciar la nueva sociedad; que íbamos a cambiar el sistema para hacer posible una nueva vida, por las anchas y venturosas alamedas del humanismo socialista.

Por eso es bueno recordarlo: cuando triunfamos, dimos pruebas de una gran serenidad. Ni un acto de agresión pudo reprochársele al pueblo. Cuando quisieron arrebatarnos el triunfo, conscientemente movilizamos a las masas y las tuvimos alertas pera también tranquilas, seguros de que no podrían nuestros enemigos, en sus intentos pérfidos, derrotarnos, arrebatar la victoria de ustedes.

Y ahora hay que señalar que esta revolución nuestra se ha hecho con un costo social que debemos estimar como mínimo. Doloroso fué el asesinato de un político adversario nuestro, el señor Pérez Zujovic; pero nosotros movilizamos de inmediato los recursos del Estado para investigar y sancionar por medio de la ley a los culpables. Fuera de eso, y de la muerte de un joven agricultor en Rancagua, podemos decirle al mundo que esta revolución camina por los cauces del respeto a los derechos que el pueblo conquistó y que yo me comprometí a ampliar, porque por eso estoy en el Gobierno: para hacer de la democracia formal una auténtica democracia para derrotar —y definitivamente— la dependencia política, la dependencia económica, el subdesarrollo, y darle al hombre de la Patria, a la mujer del pueblo, al joven y al niño de nuestra tierra el derecho a la educación, al trabajo, a la salud, a la cultura, al descanso y a la recreación. (Aplausos).

Gracias a la invitación que me formularan los Presidentes de Argentina, Ecuador, Colombia y Perú, he estado, hace meses, unos días, fuera de Chile, cuando estuve en Salta y ahora cerca de 14 días recorriendo los países del Pacífico Sur, del Pacto Andino, de los Convenios de Cartagena. He meditado en el extranjero. He meditado en esos países amigos y hermanos.

(SIGUE)