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cap.
darwin: viaje del «beagle»

le hice comprender, con alguna dificultad, que era por respeto al caballo y no en consideración a él por lo que prefería no usar mis espuelas, exclamó con ojos muy sorprendidos: «¡Ah, Don Carlos, qué cosa!» Era evidente que nunca había entrado en su cabeza idea semejante.

Sabido es que los gauchos son excelentes jinetes. No entra en su cabeza la idea de que se pueda ser derribado por un caballo. Un buen jinete es, en su criterio, quien puede manejar un potro indómito, o quien, de caerse su caballo, puede quedar en pie o es capaz de realizar hazañas semejantes. He oído a un hombre apostar que derribaría a su caballo veinte veces y que él no se caería ni una sola. Recuerdo de un gaucho que montaba un caballo muy rebelde que tres veces seguidas se encabritó tanto que cayó de espaldas con gran violencia. El hombre, con desusada sangre fría, juzgaba del momento propicio en que era menester tirarse al suelo, antes o después de encabritarse; y apenas el caballo estaba en pie, saltaba el hombre a sus lomos, hasta que por fin partieron a galope. Nunca parece emplee el gaucho fuerza alguna. Un día en que galopaba yo junto a uno de ellos, excelente jinete, pensaba yo para mis adentros: «Presta tan poca atención a su caballo, que como bote lo tira de seguro». En este momento, un avestruz macho saltó fuera de su nido justamente a los pies del caballo; el potro dió un bote de lado; en cuanto al hombre, todo cuanto puedo decir es que saltó con su caballo sin quedar desarzonado.

En Chile y el Perú se esmeran más en el bocado del caballo que en La Plata, y es evidentemente consecuencia de la naturaleza más escabrosa del terreno. En Chile no se considera perfectamente domado un caballo hasta que se le puede hacer parar en seco marchando a todo galope, en un sitio previamente señalado, por ejemplo, en una capa tendida en