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cap.
darwin: viaje del «beagle»

cerrada dentro de la línea blanca que separaba las aguas interiores de las exteriores y más obscuras del océano. El conjunto era sorprendente y podía muy bien compararse a un cuadro de forma oval, en el que los rompientes representaban el marco; la laguna lisa, el papel del margen, y la isla misma, el grabado o pintura. Cuando por la tarde bajé de la montaña, me salió al encuentro un hombre a quien yo había regalado un objeto de escaso valor, y me trajo bananas asadas, todavía calientes, una piña y cocos. Después de haber caminado bajo un sol abrasador, no conozco nada más delicioso que la leche de un coco tierno. Las piñas abundan aquí de tal modo, que la gente las come tirando una parte de ellas, como se hace con los nabos en Inglaterra. Son de un sabor exquisito, tal vez mejor que las cultivadas en Europa, y esto, a lo que creo, es el mejor elogio que puede hacerse de cualquier fruta. Antes de volver a bordo, el misionero hizo saber al tahitiano portador de los anteriores obsequios que le necesitaba yo, junto con otro compañero, para guiarme en una breve excursión al interior de las montañas.


18 de noviembre.—Por la mañana temprano volví a tierra, llevando provisiones en un morral y dos mantas, una para mí y otra para mi criado. Las sujetaron a las extremidades de un palo largo, que alternativamente llevaban al hombro mis compañeros. Estos hombres están acostumbrados a llevar así hasta 50 libras en cada punta de un palo, durante un día entero. Dije a mis compañeros que se proyeyeran de comida y ropas; pero me replicaron que en las montañas había de sobra que comer, y que en cuanto a vestidos, les bastaba la piel. Emprendimos la marcha por el valle de Tia-auru, regado por un río que desagua en el mar junto a Punta Venus. Es una de las principales corrientes de la isla, y tiene su nacimiento al pie de las