le parecerá en comparacion más débil, y entonces experimentará sin remedio ese sentimiento de disgusto de que el hombre, como todos los demás animales, está dotado, por obedecer á sus instintos. El caso que antes hemos citado de la golondrina, nos ofrece un ejemplo de diversa índole: el de un instinto pasajero, pero que en un momendo dado persiste enérgicamente, triunfando de otro instinto que habitualmente es el que predomina sobre todos. Cuando ha llegado la estacion, estas aves parecen preocupadas á todas horas por el deseo de emigrar; cambian sus costumbres, muéstranse más agitadas, y se reúnen en bandadas. Mientras la hembra empolla ó alimenta sus polluelos, el instinto maternal tiene probablemente más fuerza que el de la emigración; pero el más tenaz de los dos acaba por triunfar, y, al fin, en un momento en que no ve á sus polluelos, emprende la golondrina el vuelo y los abandona. Llegada al término de su largo viaje ¡cuántos remordimientos no sentiria el ave, si, dotada de una gran actividad mental, estuviese obligada forzosamente á ver pasar sin cesar por su mente la imágen de los pequeños polluelos que ha dejado en el Norte pereciendo de frio y de hambre en el nido!
En el preciso momento de la accion, el hombre puede obedecer al móvil más poderoso, y, aunque está circunstancia le estimule á veces á realizar los más nobles actos, le encaminará más comunmente á satisfacer sus propios deseos, á costa de sus semejantes. Pero trascurrido el goce, cuando compare las impresiones pasadas y ya débiles, con los instintos sociales y duraderos, encontrará su compensacion. Se sentirá disgustado de sí mismo, y tomará la resolucion, con más ó ménos vigor, de portarse de otro modo en lo venidero. Tal es la conciencia, que mira atrás juzgando los hechos consumados,