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el orígen del hombre.

semejantes llegasen á conocer su conducta la desaprobarian altamente, y hay pocos hombres tan faltos de sentimientos simpáticos, que no se afecten desagradablemente ante este resultado. Si el individuo no conoce tales sentimientos, si los instintos sociales persistentes no avasallan en lo sucesivo los deseos violentos que le impulsaron una vez á cometer malas acciones, entonces será un hombre perverso; y el único móvil que lo puede enfrenar es el miedo del castigo, y la conviccion de que á la larga es preferible, por su propio y egoista interés, guiarse por el bien del prójimo antes que por el suyo propio.

Es evidente que, teniendo una conciencia flexible, cada cual puede satisfacer sus deseos, si no contradicen sus instintos sociales, esto es, el bienestar ajeno; pero para vivir al abrigo de sus propios reproches, ó á lo ménos de una horrible ansiedad, es necesario evitar la censura de sus semejantes, sea ó nó justa. No es menester para esto que rompa con las costumbres de su vida, sobre todo cuando están basadas en la razon, porque si lo hiciere tambien se sentiria de seguro descontento. Es necesario, al propio tiempo, que evite la reprobacion del Dios ó de los dioses en quienes crea, segun le dicten sus conocimientos ó supersticiones; pero, en este caso, puede intervenir á menudo en sus actos el miedo de un castigo divino.

Las virtudes puramente sociales consideradas aisladamente. Este rápido exámen del primer orígen y la naturaleza del sentido moral que nos advierte lo que debemos hacer, y de la conciencia que nos censura si desobedecemos, se enlaza bien con lo que podemos alcanzar del estado antiguo y poco desarrollado de esta facultad en la humanidad. Aun hoy se reconocen como las más impor-