Página:Clemencia, novela de custumbres (1862).pdf/112

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 68 —

lo del corredor; y otra vez infórmate de Andréa de semejantes pormenores.

— Pepino, algo sentido de la ingratitud de su señora, dió una vuelta brusca y con él el Mercurio, y se dirigió apresuradamente hacia la puerta, quedándose prendida y arrancada un ala de la cabeza de aquel en el fleco de la sobrepuerta, de la que quedó colgando perpendicularmente como un dormido murciélago.

La Marquesa se quedó fria de dolor y muda de indignacion.

—No vi alas mas desgraciadas que las de ese pobre Mercurio, exclamó riendo Alegría. Esta nueva catástrofe es una conspiracion de los desposeidos piés contra la emplumada cabeza.

—Y cate Vd. una demostracion de la democracia, observó Paco Guzman.

—¿Y dónde pongo los otros Mercurios? grito Pepino desde la antesala, aludiendo á las estátuas de las cuatro Estaciones.

—Eufrasia, hija, le dijo con un aparte la Marquesa; hazme el favor de ir á cuidar de eso, porque las flojas de mis hijas, sin consideracion por mí ni por las estátuas, no se moverán ni darán un paso para cuidar de ellas; ni tampoco Andréa que está de esquina con el pobre mozo.

Constancia, mas metida en sí que nunca, estaba algo retirada hablando con una amiga suya, y de vez en cuando echaba una furtiva mirada sobre Bruno de Várgas, el que sabia la llegada del Marqués, y acoda-