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do en la mesa hacia por ocultar sus celos y su despe cho, haciendo como que leia un periódico.

En el testero de la mesa, y desatendida de todos, estaba Clemencia preparando y ordenando los enseres del juego de la lotería, que la divertia mucho, y en el que cuando jugaba, ponía sus cinco sentidos.

—¿Qué le habrá sucedido á nuestro lotero el insigne D. Galo, que no viene á ocupar su presidencia?

dijo Alegría. ¿Porqué no vendrá? Clemencia.

—Yo no sé, contestó ésta sencillamente.

—Pues deberias saberlo, continuó Alegría; porque han de saber Vds. que Clemencia es la confidente de D. Galo, que no se corta una vez el pelo sin pedirle permiso.

—No lo crean Vds., exclamó apurada Clemencia en medio de las risas que ocasionó la ocurrencia de Alegría.

—Imposible es, dijo ésta dirigiéndose á Bruno, que no estés leyendo algun deplorable ó lamentable evento, segun lo tétrico de tu gesto y lo abatido de tu semblante, primo.

—Efectivamente, contestó éste sin levantar los ojos: estaba leyendo la relacion de un naufragio.

—¿Y tanto te horrorizan los percances de los barcos? tornó á preguntar Alegría con risita burlona.

—Sí, por cierto; siempre me han causado una fuerte impresion los naufragios.

—Y porqué? volvió a preguntar con indelicada insistencia Alegría.