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—Es porque me dá el corazon que he de perecer en alguno.

—¡Oh! pues no se embarque Vd. nunca, exclamó Clemencia con el acento del corazon.

—Agorero y con bigotes? ¿No te da vergüenza de serlo, pastor de corderitos de bronce? dijo Alegría.

—Napoleon lo fué, repuso Bruno.

—Ese tilde de hereje 'le faltaba á ese Napoladron Malaparte, sonó el vocejon de su ex—antagonista Doňa Eufrasia.

—¿Le vísteis alguna vez? preguntó Alegría.

—Nunca; ya se hubiera guardado de ponérseme á tiro. ¡Vaya!

—Señora, dijo Paco Guzman: el Rey debería haber añadido á vuestro dictado de Coronela Matamoros el de Condesa Mata—Franceses.

Afortunadamente en este momento entró D. Galo, que interrumpió la explosion de coraje de la heroina, exclamando: —¡Dios mio, qué diluvio! ¡Cuál están los caños!

Por atravesar la calle me he metido hasta aquí, añadió señalando un tobillo.

—Póngale Vd. una losa (1), dijo Alegría.

—Cual otro Leandro, hubiera yo atravesado por (1) Estas losas se suelen poner en Sevilla en la pared, en años de grandes avenidas, para marcar la altura á que han llegado las aguas.

(N. del E.)