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veros no el caño, sino el mar Rojo, Alegría, hija mia, repuso D. Galo.

—No tuvo esa suerte Faraon, dijo Paco Guzman soltando una carcajada.

—No le impulsaba el deseo de ver á las bellas, repuso D. Galo con una sonrisa de media vara, y dirigiendo tres miradas sucesivas, una á Alegría y las otras dos á Constancia y Clemencia.

—En lugar de hacer cumplidos á la griega, vaya Vd. á sacar los números D. Galo, hijo mio, le dijo Alegría; pues Clemencia se está deshaciendo, y ha preguntado ya varias veces con mucha solicitud si le habria sucedido á Vd. alguu percance.

A pesar de exclamar Clemencia: «D. Galo, no lo crea Vd.,» éste fué mas ancho que una alcachofa á tomar su asiento al lado de Clemencia.

—Ya están los Reyes Católicos en su trono, dijo entonces Alegría; vamos, pues, á formarles el círculo de cortesanos.

Tambien Constancia se acercó á la mesa con su amiga, y se sentaron frente al asiento en que permanecia Bruno, conservando siempre el Diario en la mano.

—Estás muy poco sociable, le dijo Alegría; mira ue ya en ese naufragio se habrán ahogado hasta las ratas. Vamos, suelta esa Esperanza (1).

—La conservaré mientras pueda,—respondió Bru(1) Antiguo y generalmente conocido periódico de la capital.