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—Bruno, advirtió Constancia fijando sus grandes y brillantes ojos en su inmutado amante, ¿no cubres el ocho, y le tienes dos veces?

—¡Qué bien adaptados están los espejuelos de Mahoma á la vista de mi hermana! observó Alegría.

—Marqués, añadió, ¿quiére Vd. cartones? Va de dos veces que tengo la bondad de ofrecéroslos.

—Y va de dos veces que doy á Vd. las gracias por su atencion, Alegría; no me divierte juego alguno.

—Ni á mí tampoco, —y ménos la lotería esta, pues D. Galo va tan de prisa que no pueden seguirle sino sus afiliados, Clemencia y comparsa.

—¡El abuelo! sonó la clara voz de D. Galo, al sacar el noventa, pues D. Galo, acostumbrado á las chaná veces poco delicadas de que era objeto, no se dejaba distraer por ellas, y seguia impávido en su inmutable tareazas, —¿No digo? exclamó Alegría.

—Las alcayatas! gritó D. Galo al sacar el setenta y siete.

—D. Galo Pando, vaya Vd. siquiera al trote, dijo Paco Guzman. ¿Qué significan las alcayatas? Esas metáforas numéricas no están á mi alcance.

—¡Los patitos! dijo D. Galo por toda respuesta, sacando el número veinte y dos.

—D. Galo, Vd. habla en cifra, favorece á sus adeptos, y ha jurado mi ruina. Protesto.

—No esperaba Vd. mi llegada, Constancia? le preguntaba entretanto el Marqués. ¿No se la anunció