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macion, contestó D. Galo con la mas chusca y satisfecha sonrisa. Entretanto, hagamos la novena, añadió sacando el número nueve.

—¿A quién?

—A San Vicentico, respondió D. Galo sacando el veinte y cinco.

—¿Ha aprendido Vd. su numeracion del sabio Confucio, D. Galo?

—¡El único! repuso éste sacando el uno.

—¡El ÚNICO! repitió Constancia, cubriendo el uno en su carton, y lanzando toda su alma en una furtiva mirada al desesperado Bruno, que por dos veces durante su diálogo con el Marqués habia hecho un movimiento para levantarse de su asiento y alejarse, Y dos veces se habia hecho dueño de este primer impulso, quedándose en el potro de tormento donde bebia gota á gota el cáliz de amargura.

Es lo referido en este capítulo un bosquejo exacto de la vida social, tal cual la hemos hecho; esto es, una fusion de juegos y risas frívolas que se ostentan, y de pasiones y dolores profundos que se ocultan.