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estas perlitas; que como no pidiese aláfia, por mí la cuenta.

— Encontráronse entónces con Valdemar que se reunió á ellas, saludando á la Marquesa, á quien preguntó por Constancia.

—La pobre está con jaqueca, respondió su Madrelas padece; pero es mal que se gasta con la edad.

Al dar la vuelta del paseo, el Marqués ocupó el lado de Clemencia.

—¿Le gusta á Vd. pasear? le preguntó.

—Si, me gusta, contestó esta; pero todavía más me gusta quedarme en casa.

—¿Porqué?

—Porque á esta hora riego las macetas, lo que es para mí una gran diversion; pues están todos los pájaros revoloteando, buscando su cama, resguardada del relente; corre el agua tan fresca y tan alegre del estanque, á besar los pies á las flores; estas esparcen toda su fragancia como un adios al sol que las cria, y está hecho el jardin un paraiso.

—¿Sin manzano, Clemencia?

—Sin manzano, pues no hay en él cosa prohibida, sin manzano, sí! y sin culebra que es mas.

—Pero tambien sin Adan.

—Verdad es, á ménos de no serlo Miguel el jardinero sordo, respondió riéndose alegremente Clemencia.

—Marqués, dijo Alegría, volviéndose y señalando con un movimiento de cabeza á una señora que en el