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de arrogante figura, hijo y único heredero de un rico mayorazgo, que aunque no creia fuese necesario, le recordaba cuanto la tarde anterior le habia dicho acerca de las niñas locas que despreciaban una buena suerte, y que el que se presentaba se la traia, Pero.... ¿quién es, y cómo se llama? preguntó atónita Clemencia.

—¡Pues qué! ¿no le conoces? repuso su Tia.

—No, señora, respondió la interrogada.

1 — Se llama Fernando Ladron de Guevara. Es de Villa—María, y sirve en el Regimiento que está aquí de guarnicion, ¡Qué suerte! ¡Vaya si estarás contenta!

1 La Marquesa no aguardó la respuesta de Clemencia, en lo que hizo bien, pues no dió ésta ninguna.

La dócil niña no sabia ni qué pensar ni qué decir: nada sentia en favor ni en contra de este enlace, sino la estrañeza y repulsion de casarse con un hombre á quien no conocia.

La Marquese mandó venir costureras y modistas, dió parte, compró sus regalos, de modo que sin darse cuenta de lo que pasaba, á los ocho dias Clemencia, vestida de blanco, coronada de rosas blancas y blanca cual ellas, se hallaba frente á Guevara, delante de un sacerdote, exhalando como un débil eco del sí que pronunció Guevara, un sí maquinal, que resumia todo lo que en aquellos dias habia hecho, como el lazo que une para formar un ramo, unas frias é inodoras flores artificiales.