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preciso siempre dar tiempo al tiempo, y no partir de ligero, como esos diabólicos caminos de hierro.

— Constancia seguia metida en sí como ántes. Bruno de Vargas taciturno, y Alegría más animada, más ocupada en lucir y en seducir que nunca.

Doña Eufrasia seguia curioseando, entrometiéndose en todo, plantando frescas y tomando chocolate, y D. Galo, amable y cortés como siempre, acompañaba á Clemencia en su sentimiento, y sacaba los números de la lotería.

En cuanto á Pepino, seguia cuidando al desalado Mercurio, refregando descomunalmente los cuchillos, y cantando con una voz entre gangosa y nasal: Para no llegar á viejo, ¿Qué remedio me darás?

—Métete á servir á un amo.

Y siempre mozo serás.

A todos, menos á D. Galo, habia hallado Clemencia frios con ella; pero quien ostentaba, digamos asi, un frio glacial, era el Marqués de Valdemar, lo que fué tanto más extraño y triste para Clemencia, cuanto que le quedaba un grato recuerdo del interés marcado y de la delicada benevolencia que le habia mostrado al conocerla.

La pobre niña, viuda ya, empezó entónces á afligirse sobre su suerte, que la traia á una casa, á cuyo amparo habia perdido derecho, desde que amparada por un marido, habia salido de ella. Aunque: