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su Tia la habia recibido bien, ni un ofrecimiento, ni menos una súplica le habia dirigido, que tuviese por objeto el que permaneciera en ella.

Uníase á esto la impresion que le habia dejado un coloquio que habia oido cuando estaba postrada en cama, el que tenia lugar en el cuarto inmediato entre Alegría y su Madre, que en vano suplicaba á su hija que bajase la voz.

—Señora, decia Alegría, ¿va Vd. á cargar con ese censo irredimible? ¿No tiene suegros ricos? A ellos les toca hacerse cargo de la viuda de su hijo.

—Pero no me toca á mí indicarlo, ¿entiendes?habla mas quedo.

Y 1 —Pues yo soy de parecer que os toca, repuso Ale gría en su mismo tono, si es que se hacen los remolones.

—A lo menos, en este momento no. ¿Querrás darme lecciones de lo que tengo que hacer? Es tu prima hermana, sobrina carnal de tu Padre, y no está en el órden que yo haga gestion alguna para que salga de casa. Para mí es la pejiguera: á tí, ¿qué te estorba?

—Señora, todo injerto hace daño á las ramas. Si viviese Vd. en Villa—María, y sus suegros en Sevilla, ya haria ella porque la llamasen; pero siendo lo contrario, ya la puede Vd. contar entre sus bienes vinculados.

La pobre Clemencia lloró, pues, al sentirse tan sola y abandonada, que pensó suspirando que mejor