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le hubiera sido morir y reunirse asi á su marido en otro mundo, en donde, bajo los ojos de Dios y libres de pasiones terrestres, habrian sido felices.

Una mañana en la que la pobre solitaria se entregaba tristemente á sus amargas y desconsoladoras reflexiones, sintiendo hondamente no poder volver á su convento, por falta de recursos, le entregaron una carta: abrióla con sorpresa. Era este el contenido: — «Hija muy querida: No soy pendolista ni palabrero; pero no hay que serlo para decirte con pocas y verdaderas palabras, que tanto mi señora como yo, que conocemos tus circunstancias, lo bien que lo has hecho con el trueno de mi hijo (Dios le haya perdonado), y que hemos quedado solos como troncos sin ramas, deseamos tenerte á nuestro lado, como compete á la viuda del solo hijo que Dios nos habia dejado.

»Vente, pues, con tus Padres, á esta tu casa.

Tú serás nuestro consuelo, y cuanto hacer podamos se hará para procurártelo á tí.

»Adios, hija: no soy más largo, por lo que arriba dejo dicho, que no soy pendolista; pero sí tu Padre que te estima y ver desea Martin Ladron de Guevara,»» Mientras Clemencia, llena de consuelo y satisfaccion, leia esta carta, tenia lugar entre la Marquesa y