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su amiga Dona Eufrasia una conversacion confidencial que debia arrastrar grandes consecuencias.

Despues de entrar esta intrépida consejera intrusa, y saludar á la Marquesa con su infalible Dios te guarde, le preguntó: —¿De quién es una carta que ha recibido la viudita?

— —¿Clemencia, una carta? No sé ni acierto de quién pueda ser.

—¡Ya! Si tú no sabes en punto á lo que pasa en tu casa, de la misa la media.

Dona Eufrasia acababa de herir el amor propio de la Marquesa en su parte mas sensible; es sabido que siempre lo ponemos, en aquello mismo de que carecemos. Richelieu lo ponia en tener dotes de poeta; la Marquesa en tener ojos de lince.

..

—¡Vaya! esclamó, ¡vaya si sé! Nada me se escapa á mí; conozco hasta las respiraciones de todos los de mi casa, y lo que no puedo averiguar, lo sé por Pepino.

Pues ni tú ni tu atélite Pepino, á quien se lo pregunté, sabian nada de la carta.

—¿Y de quién podrá ser? preguntó pensativa la Marquesa.

—¡Toma! de algun pretendiente. ¿Qué duda tiene?

Las viudas tenemos un garabatillo particular y pretendientes por docenas. ¡Vaya si los he tenido yo! No ha muchos años que andaba uno tras de mí que bebia los vientos; yo estaba á tres bombas con él, hasta que