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enérgico perfume de las silvestres plantas. Pocas cosas distraen la contemplacion en aquella grave naturaleza, que parece ella misma meditar abstraida. ¿Y porqué no seria bella una dehesa con sus inmensos horizontes el magnífico tapiz que la cubre? Son sus tramas las sabinas, que pertenecen á la triste y austera familia del ciprés, las que se creerian ana filigrana de bronce, si no diesen incienso á las iglesias pobres; los juncos, que delgados y debiles se apinan en los sitios areniscos y bajos, y que humildes visten de hábito pardo sus florecitas; el airoso palmito, tan reconcentrado y arraigado en la tierra que lo cria, de exterior áspero y récio, y de tan tierno corazon que lo anhelan los niños cual almendras; el tomillo, de tan poca apariencia, tan pobre y tan mezquito de hojas, y tan rico y pródigo de fragancia; las esparragueras, que se adornan con sus frutas encarnadas como con corales; las descabelladas retamas, que se salpican como de grajea con sus menudas y olorosas florecitas blancas, los gayumbos, que en marzo se cubren de sus perfumadas y doradas flores, con la profusion con que otras plantas se cubren de hojas; y sobre todo el agreste lentisco, impasible veterano, fiel en todas las estaciones, como un amigo en todas los desgracias; siempre verde como una esperanza sin desengaño; que no alteran frios ni calores, sequías ni borrascas, cual si sus hojas fuesen de esmeraldas y su tronco de hierro, digno de representar la inmortalidad como el laurel, la fuerza como la en—: -