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negras y picudas las hileras de rocas que á ambos lados de la playa se internaban en la mar, como dientes de un enorme monstruo con la boca abierta para devorar una presa.

Las plantas inmóviles, parecian solo ocuparse en profundizar sus raices, como el marino que prevee la tempestad, se ocupa en cerciorarse de la firmeza del áncora en que confia.

Los pajarillos, con el barómetro que Dios puso en su instinto, revolotealan piando con' angustia y buscando un abrigos el cielo encapotado y el mar soberbio, se miraban como dos enemigos; todo callaba en el solemne silencio del presagio y del temor!

Pero al siguiente dia se oyó de léjos y hácia el Sur, un ruido lejano y sordo, confuso, indistinto, terrificante; era la espantosa voz de la tempestad, que se acercaba á aquellos parajes petrificados por el espanto.

Al fin llegó el huracan, y la espantosa lucha se declaró. Aullando solevantaba el viento la mar, que le respondia con bramidos. Sacudió las plantas que temblaban; dobló hasta el suelo la cima de los arbustos que descollaban y resistian, traspaso instantáneamente las dunas de arena que yacen muertas en las playas, como si el mar las hubiese matado, y que confian en su pesada inercia; destrozó y puso en fuga espesas y compactas nubes; se estrelló sobre las sólidas y fuertes masas del edificio, penetrando en impetuoso torbellino en su gran patio, martirizando las