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inofensivas palinas, que mecidas por él en incesante balance sobre su tronco, miraban la tierra como para medir la altura de su próxima caida.

Asombradas Constancia y Clemencia en medio del general movimiento y del estruendo que formaban como en coro las voces de la naturaleza, todas en aquella ocasion planideras, furiosas ó amenazantes, estaban en pié delante de la ventana y fijaban sus angustiosas miradas en el mar, observando cómo unas despues de otras llegaban las inmensas olas; tragándose la que llegaba á la que habia reventado en la playa, y retrocedian inértes hácia su negro centro, y siempre cada cual con el mismo hondo rugido, como el fúnebre é invariable saludo de los trapenses. Sobre las rocas era donde mas se desencadenaba su ira. Allí formaban torbellinos, estrellándose unas contra otras, alzándose cual saltaderos colosales, y mezclando sus aguas amargas á las dulces de las nubes.

—¡Esto es grande é imponente! dijo Clemencia.

—¡Esto es horroroso y aterrador! repuso Constancia.

Más temprano que otros dias, y como atraida por la tempestad, llegó la noche. Gertrúdis entró cargada de leña para avivar el fuego en la chimenea.

—Vengan Vds. á calentarse, señoritas, dijo; que el viento, como no tiene huesos, cuela por esas rendijas, y estarán Vds. arrecidas de frio.

—¡Esto es espantoso! repuso Constancia al acercar-