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se á la chimenéa: ¡cuán pavorosamente aulla el viento en prolongados quejidos ó furiosas ráfagas! ¡cómo insulta al mar, y cómo se embravece éste! Imposible será que nadie pueda dormir esta noche.

—¿Qué? ¡Señorita! estamos hechos; todos los años por este tiempo, cuando las noches se van tragando los dias, se arma esta gresca: esto nos arrulla el sueño.

—Si pudiese, huiria de aquí esta noche, dijo Constancia; estoy horrorizada; el corazon no me cabe en el pecho; ¡tengo miedo!

—¡Señorita, por Dios! ¿y de qué? repuso Gertrúdis; gracias á Dios que vinieron los temporales; que el agua hacia mucha falta, y las nubes tienen un cuajo y son tan haraganas, que si no las arréa el viento, no se mueven. ¡Vaya! De poco se asusta Vd. ¿Acaso el ruido hace daño ni rompe hueso?

—Es, dijo Constancia, que parece que el mar se quiere tragar á la tierra, y cada uno de sus bramidos una amenaza.

—No ves, dijo Clemencia para tanquilizar á Constancia, cómo le falta aliento al vendaval y desmaya, y cómo aquella alta roca en la playa se levanta cual dedo que tuviese la mision de advertir al ma que no traspasase sus límites?

—Deje Vd. al viento y al mar que se alboroten y rabien; un freno tienen, que no romperán, dijo Gertrudis.

—Pero..... y los infelices que pueden peligrar?

—Y por qué habia de dar la casualidad de que