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Santo, mas callada que un cementerio. La señora se habia sentado junto á una ventana, y estaba embelesada: la moza y yo platicábamos, dándole cuerda al relój, que señalaba las doce, cuando de repente fué interrumpido el silencio por un grito agudo que resonó á poca distancia del caserío, y que decia: «¿No hay quien me favorezca?» La señora saltó de su asiento más blanca que una imágen de piedra.—¿Qué es eso? exclamó despavorida.—¿Qué ha de ser? respondi: algun infeliz que pide socorro.

—Llamad á vuestro marido, exclamó la señora, y á vuestros hijos ¡Jesus! que no pierdan tiempo en Bocorrerle.—Pero mi marido se negó á ir.—Señora le dijo, haré cuanto su merced me mande; pero en cuanto á eso, es imposible. Esa es una treta de la que suelen valerse esos desalmados, como ha sucedido ya muchas veces, para que les abran las puertas de las haciendas, en las que se arrojan en seguida á saquearlas.La señora se extremeció y dejó de insistir; pero en aquel instante volvió á oirse el grito más angustioso, ¿no hay quien me favorezca?» —¿Quién oyó jamás, exclamó la señora fuera de sí y dando vueltas por el cuarto, quién puede oir á otro clamar que le favorezcan, y no acudir á auxiliarle?

no es dable, no hay consideracion, no hay peligro que pueda ni deba impedirlo. ¡Oh! ese es un impulso que nada puede ni debe retener; pues Dios lo otorga ∙y lo sanciona. ¿Qué decís vos? añadió dirigiéndose á mí.

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