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de su freno, corre y retoza á su placer, hasta que le llama su amo.

—Pero á la mañana siguiente, —preguntó Constancia, en quien la narracion habia aumentado el pavor y la angustia,—¿á la mañana siguiente averiguóse algo?

— —A la mañana siguiente, respondió Gertrudis, subió mi marido al mirador, y habiéndose cerciorado de que cuanto alcanzaba su vista todo estaba solo y tranquilo, abrió la puerta, salió, y.... Pero señoritas, están sus mercedes temblando, y con las caras como azucenas: hablemos de otra cosa.

—No, no, exclamó Constancia, concluya Vd. ¿No sabe Vd. que lo real por terrible que sea, lo es ménos que lo vago, y que es mas terrible la sensacion al caer, que no el golpe de la caida?

—A la mañana siguiente, pues, prosiguió Gertrúdis, halló Curro al pié de la Cruz un hombre muerto.

—¡Jesus, María! exclamaron Constancia y Clemencia.

—En su larga agonía, y en las ansias de la muerte, se habia él mismo medio enterrado en la arena.

—Habia sido asesinado?

—No, respondió Gertrúdis; era una muerte natural.

—¡Dios mio! ¡Dios mio! exclamó Clemencia, cruzando sus manos: la caridad le hubiese quizá salvado, y la prudencia le dejó morir!

—¡Ay! señorita, dijo Gertrúdis; jamás se lo per-