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¡Cosa singular! Repetíase por segunda vez la terrificante noche cuya pintura habia hecho Gertrudis, solo que el clamor, no hay quien me favorezcal en la ocasion que habia descrito Gertrudis, era claro, planidero, y llegaba como el eco de la debilidad que sucumbe, clamor que parecia respetar la naturaleza con su silencio; y que esta otra deprecacion á la humanidad, que resonaba á intérvalos, era fuerte, solemne, heróica como la fuerza que lucha, y llegaba sobre las alas del huracan que la arrastraba consigo, como el giron de una bandera que aun sucumbiendo retiene en su mano el valiente. Noche espantosa! Noche en que por segunda vez se presentaba en aquel lugar la atroz realizacion del desamparo! ¡Tremenda palabra! El desamparo... que arrancó al Dios—Hombre en la cruz, su último gemido y su sola queja!

Cuando el dia echó sus primeras luces, pálidas y macilentas, alumbraron cual las de los blandones, los cadáveres de unos náufragos que la mar habia echado á la tierra, y á quienes la fria y muerta arena servia de adecuado féretro; mar adentro hácia las últimas rocas, se veian solo los masteleros del barco náufrago como cruces sobre sepulturas.

—¡Volemos! exclamó Constancia, en quien una espantosa y febril actividad demostraba un angustioso sobresalto; puede que aun se pueda socorer á alguno. Y tomando de la mano á la trémula Clemencia, ambas en su entusiasta arranque de compasion, volaron hácia la playa, en la que aun venian soberbias las