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sencia; porque miraba sencilla y cristianamente el dar los ricos á los pobres, no como una virtud, sino como un deber.

Entre los muchos rasgos que se contaban de él, era uno el siguiente: En el año denominado del hambre, esto es, el de 1804, año en que perecian los pobres de necesidad, y en que valian los granos y semillas sumas fabulosas, tenia don Martin sus graneros atestados con el producto de una pingüe cosecha de garbanzos.

Cada dia hacia que en su presencia se distribuyesen á los pobres; cada niño llevaba una taza, cada mujer dos, y cada hombre que se presentaba tres.

Una mañana en que aun dormia D. Martin, ie despertó el mayordomo.

—Señor, le dijo, ahí están unos arrieros de Sevilla con mucha prisa y mayor empeño por llevarse los garbanzos.

. —Prisa? esclamó D. Martin; ¡pláceme! Díles que me levantaré á mi hora; que iré á misa á mi hora; que almorzaré á mi hora; y que despues, cuando sean las nueve, me podrán hablar.

Y D. Martin se volvió á dormir.

Levantóse á su hora, hizo todo lo que tenia de costumbre, y á las nueve salió al patió en que le aguardaban los arrieros y todos los pobres que socorria.

Dios guarde á Vds., caballeros! dijo con su campanuda voz, dirigiéndose á los primeros. ¿Con que se quieren Vds. llevar los garbanzos, eh?