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tin era bondadoso, generoso, poco severo, de fácil trato, amigo de ver á todos contentos, y contribuyendo á ello más bien por un impulso instintivo, que por una intencion razonada; dándose por espíritu de familia grandes aires de vanidad y de orgullo, sin tener en sí el mas mínimo gérmen de estos vicios, y siendo á fuer (de rico, mimado de chico yadulado de grande, un poco despótico y un mucho egoista.

La SEÑORA, como siempre la llamaba D. Martin, Dona Brígida Mendoza, era de esas mujeres secas, reservadas, austeras é impasibles, que tienen el defecto de no hacer amable la virtud de que son modelos. Unido esto á la edad, á la desgracia de haber perdido sucesivamente á todos sus hijos, y al continuo afan de refrenarse, habíase entristecido y metido en sí, llevándola su afan á archivar en su pecho las penas y las prosperidades, con la misma grave serenidad con la que un cura registra en los libros parroquiales nacimientos y defunciones. Todo esto formaba un conjunto serio, frio y grave, pero digno, noble y abstraido de todo, no por ágria misantropía, sino por la real superioridad de alma que da la Religion.

Don Martin solia decir al verla tan serena: —Cuando eran chicos sus hijos, y los tenia alrededor como la gallina su echadura, si tenia alguno un resfriado cogia la madre el cielo con las manos y se le cerraba el mundo; pero ahora parece en todas ocasiones que