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ni el terreno, ni los materiales, ni el dinero; pero en la que no se tomó en cuenta ni la comodidad ni la elegancia. Un enorme patio enladrillado;: salones en que podian correr caballos, alcobas cuadradas, grandes y desnudas, formaban su interior; al exterior muchas ventanas con sobra de hierro y falta de cristales, alistadas en fila, como soldados sobre las armas; y un enorme balcon sobre una gran puerta, coronado con las armas in—folio de la familia, componian la mansion solariega de estos nobles hidalgos.

— Habitaban estos por lo regular lo bajo, dejando á la soledad y al silencio en pacífica posesion del cuerpo alto, con sus antiguos muebles de mal gusto, cubiertos de un imperecedero damasco camesí, que parecia haberse elaborado para hacer un vestido á la eternidad; sus cornucopias deslustradas, sus arañas destartaladas, y algunos excelentes cuadros vinculados, que escaparon al vandalismo de las tropas de Napoleon, merced á haberlos escondido en una apar—tada hacienda.

A espaldas tenia la casa los corrales, cuadras, horno, tahona y graneros de su uso, con entrada por otra calle.

Nada de jardin se veia, nada de elegante ni de ameno; pues lo ameno, así para D. Martin como para sus progenitores, habia sido siempre mucha bulla Y mucho tráfago de campo.

Esta era la mejor casa del pueblo, y estando él