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ra, habia lindos floreros de cristal y de china, lleno de flores naturales. Una bonita librería baja á la inglesa, cubierta de cortinas flotantes de tafetan carmesí, contenia una coleccion de libros, los mas selectos de nuestros antiguos y modernos escritores. Un silloncito bajo de tijera con brazos y espaldar, cuyo asiento asi como la faja que sujetaba por arriba los palos del espaldar, habian sido bordados de tapicería por su dueña, estaba colocada cerca de la ventana y á su lado se veia una preciosa canastita de labor. Sobre la cómoda—papelera, que despues de restaurada era un magnifico mueble incrustado de bronce, concha Y nácar, en el estilo tan celebrado del famoso artista Boule, habia un hermoso crucifijo de marfil, atribuido á nuestro gran escultor Montañés.

Habíase abierto una puerta al corral, que se veia transformado en un jardincito, cuyas paredes desaparecian tras de floridas enredaderas. El suelo estaba tapizado de violetas. En medio se habia trasplantado un granado de flor, que entre su finas y lustrosas hojas lucía sus magníficas y lozanas flores, gastando toda su savia en hermosura sin fruto, en las barbas del siglo XIX, sin cuidarse de incurrir en su censura y desdén. Colgaban entre las flores de las enredaderas jaulas pintadas de verde con variados pájaros que se esmeraban en obsequiarlas con un alegre concierto, en el que forinaban coro las golondrinas, no tan maestras ni artistas como ellos, pero que lucian una gran flexibilidad de garganta.

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