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sion de dolor de su nuera. «¡Cuán cierto es que una mujer no siente tanto la muerte de su marido, como una Madre la muerte de su hijo!» Así juzga cada cual en este mundo, por su propio sentir el ajeno; los inmutables, por la duracion; los apasionados, por la vehemencia de los sentimientos;y en ambas cosas, en la vehemencia y en la duracion, suele tener mas parte el temperamento que el alma. Nadie es ni puede ser juez de la fuerza del sentir ajeno. Hemos visto personas de constitucion robusta enfermar y aun morir de una leve pena, y hemos visto personas débiles enfermas sufrir losmás acerbos golpes del destino sin alteracion en su esterior. ¿Cómo fijar reglas generales, cuando no hay dos personas ni aun dos gemelos, que ni en el órden físico ni en el noral, sean en un todo semejantes? Si alguien hubiese inferido por la impasible reserva con la que Dona Brígida recibió á su nuera, que no amaba á su hijo, y otro hubiese pensado al ver á la jóven viuda renacer á la vida y á la alegria, que no habia sentido á su marido, ambos juicios habrian sido falsos y superficiales.

Don Martin, que no hacía sino mirar á la cara á su nuera, solia preguntarle: —¿Qué deseas, malva—rosita?

—Nada, —respondia con una sonrisa de alma Y corazon Clemencia;—nada, sino el que no varie mi suerte.

Buen Y sabio deseo, poco comun en los jóvenes, -