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aun en los mas felices; y más raro aun, si llegan á formarlo, el que lo vean cumplirse. Solo los viejos pueden esperar el haber pagado por entero su tributo de lágrimas á la vida; esta es la gran prerogativa de la vejez.

La transformacion de las habitaciones de Clemencia era debida á su tio el Abad, cuya fina delicadeza y cuyo simpático cariño hácia ella, habian querido embellecer y hacer dulce su nido á la sobrina á quien amaba, cual los pájaros tapizan con suaves plumas los de sus polluelos. Cada cosa habia sido una nueva é inesperada sorpresa para Clemencia, y le habia causado la más viva é infantil alegría.

Lo que es su suegro, le regalaba constantemente muy hermosas y prosáicas onzas de oro, que Clemencia rehusó al principio con modesta pero firme decision. Su suegro entónces, por primera y única vez en su vida, se incomodó con ella, haciéndole presente que lo que ella miraba como un don, era una deuda. Clemencia, pues, las iba apiñando sin contarlas en un cajon de su papelera.

En cuanto á su suegra, en nada de esas cosas se metia, y solo una vez al año, el dia de su santo, regalaba á su nuera; pero este regalo era siempre una lhaja de gran valor.

Pablo todos los dias le regalaba flores, no porque él las apreciase, ni como elegante adorno, ni como poética expresion; sino porque sabia que le gustaban á ella.