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«El hombre debe la de la inteligencia, ha dicho: » arrostrar la opinion y la mujer someterse á ella, y aun lo primero se entiende en ocasiones dadas, y en circunstancias escepcionales, en que su conciencia se lo prescriba al hombre.

— No te prescribiré la delicadeza, hija de mi corazon, porque la delicadeza es tan instintiva en las naturalezas privilegiadas como la tuya.

¡Cuántas veces la he admirado en su apogéo en gentes del campo, que ni aun sabian su nombre! La sociedad la cultiva, porque cultivar es la mision de la sociedad, para esto crea reglas que le aplica. Una de ellas es, que para ser la delicadeza esquisita en el trato, es necesario siempre y en todas relaciones, ponernos en el lugar de la persona con la que nos ponen las circunstancias en contacto. Esta regla se parece á la que se dá para leer bien en alta voz, y es la de leer con los ojos la frase que sigue á la que pronuncian los lábios: así miéntras hablamos, debemos leer en el semblante de los que nos escuchan el efecto de nuestras palabras, para modificar las sucesivas, con el fin de nunca herir ni chocar con ellos.

Para aprender la vida y conocer el mundo, sé observadora, Cle mencia; no observadora misántropa, cáustica ni satírica, sino observadora justa, despreocupada y benévola. La grata y útil tarea de la ob servacion embota ese sentimiento de personalidad tan coniun en nuestros dias, que es el mayor enemigo de la sociedad amena. La observacion te interesará, te