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ángel de su guarda. ¡Oh Clemencia! no adquieras nunca ilustracion, ventaja, saber, ni preponderancia á costa de esta; y ten presente que el saber aislado es una hermosa estátua sin corazon y sin vida: así es que dice el profundo Balzac, que una bella accion encubre todas las ignorancias; y yo añado que vale mas que todo el saber humano.

—¡Qué bueno sois, señor! solia exclamar Clemencia.

—Todos con pocas excepciones lo somos teóricamente, contestaba sonriendo el Abad: no está el mérito en formular máximas; está en aplicarlas en la vida: de suerte que no en mí, sino en tí lo estará, si pones en práctica las que deseo inculcarte.

De esta suerte, y con escogidas lecturas, fué formando el Abad el gusto, cultivando el entendimiento y dirigiendo las ideas de Clemencia; haciendo brotar en ella los mas delicados y exquisitos gérmenes, como el sol de primavera engalana y hace florecer una amena floresta.

— Pablo, despues de extrañar que Clemencia demostrase tanto afan por los libros, y por recoger cuanta enseñanza salía de los lábios de su Tio, empezó por interesarse en esta enseñanza, la que le pareció en estremo amena, y acabó por engolfarse en ella, con la atencion, seriedad y constancia propias de su genio.

Doña Brígida veia todo esto sin aplaudirlo, ni ménos criticarlo. Esta señora, que no tomaba en cuenta pareceres agenos, nunca imponia el suyo á los demas, rarísima y apreciabilísima cualidad.