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el amor en su corazon espontáneo, creció sin esperanzas, y vivia sin deseos, persuadido de que nunca podria mostrarse á la luz del dia aquella estrella que brillaba en su pecho en la noche del secreto.

Clemencia por su lado solo queria á Pablo como á un hermano. Era aun muy nina, y faltábale experiencia para conocer lo que valia su primo, y se reia de corazon de las bromas con que le asaltaba de contínuo su Tio.

Suavemente se resbalaba el tiempo en aquella tranquila vida, en la que no habia afan por apresurarlo, ni ansia por retenerlo. Más de seis años pasaron como seis noches de tranquilo dormir y monótonos sueños, y cual éstas, poco habian alterado en aquel pacífico interior. D. Martin y Dona Brígida eran, al decir del primero, como el Padre Nuestro y el Ave María, siempre los mismos. Clemencia repuesta completamente su salud, florecia cual una lozana y alegre primavera.

Pablo habia perdido mucho de lo atado y de la desmaña de sus maneras, y aun que su Tio no dejaba de repetirle cuando el Jueves Santo ó el dia del Córpus le veia vestido de sério: «Pablo, vestido de majo, estás hecho un curro; pero con el friqui—fraque pareces un alguacil de Sevilla,» era lo cierto que en todos trages tenia Pablo, sino aire de petimetre, el porte digno del caballero, que tiene la confianza y no el orgullo de lo que es y de lo que puede.

A la caida de una taide de verano en que estaban S