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y sentados en el patio, que por los cuidados de Clemencia estaba embellecido embalsamado con una gran cantidad de macetas de flores, se asomó sin hacer ruido al porton, una gitanilla como de unos: doce años de edad, que ofrecia de venta unos bastos canastiilos hechos de delgados mimbres.

—¿Quién es? preguntó D. Martin, que recostado enun gran y tosco sillon de anea que se hacia conducir á todas partes para sentarse cómodamente, llevaba la alta y baja de todo en su casa, porque no pudiendo seguir ya la vida activa, por sus años, no tenia otracosa en qué entretenerse.

— —Entepá, dijo la gitanilla por decir gente de paz.

—Juana, gritó D. Martin con su poderosa voz, llamando al ama de llaves, da á esa entepá media hogaza de pan, y que se largue ese feísimo estafermo montaraz.

No decia mal D. Martin. La chiquilla era de un feo poco comun. Sus lacias greñas pendian á ambos lados de su cara como inflexibles cerdas. Uno de sus ojos bizqueaba de tal manera que parecia querer pasar por debajo de sus narices en busca de su compañero.

Entre los girones de sus enaguas, que mas que enaguas parecian un fleco, se veia el cútis de sus descalzas piernas y flacos muslos, fácil de equivocar con el de un habitante del Africa. Sus dientes, que eran de los que se nombran de embustera, por estar desviados unos de otros, eran de un blanco deslumbrador, como para hacer contraste con el color oscuro de su .