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tibles rayas de la mano de Clemencia, y dijo despues, principiando cada frase despacio y con recia voz, y acabándola precipitadamente y tan quedo, que apenas se oia: — —En el nombre de Dios, (aquí hizo una pausa) que donde entra Dios no va cosa mala.

»No es Vd. nacida de las malvas, sino hija de buen padre y buena madre, y tiene la sangre limpia, como agua de buen manantal.

»Es Vd., buena moza de mi alma, como la mata de albajaca, que muchos la huelen y pocos la catan; porque es Vd. hondita de gusto, y no todas las cosas le hacen gracia.

» Ha de ser Vd. como la fortuna, ciega, que ha de: tener la suerte delante y no la ha de ver; pero á las manos se le ha de venir; que guardaïta se la tiene su síno, porque se lo merece esa carita que ha destronao á la reina de las flores.

»»No se fie Vd. de los que de léjos vienen, que la venden como carne de la carnicería, y tienen dos caras como el tafetan, una por delante y otra por detrás. A la fin se ha de venir Vd. á lo mejor, pues bien sabe la rosa en qué mano posa.

»Cumpla Vd. con la gitanilla con salero; que á Vd. le sobra y á ella le falta dinero. No me sea, jermosa, desaborida; y écheme un remiendo á la vida.

»Esta es la buenaventura del pan blanco; Vd. me lo dá, y yo me lo zampo.» Clemencia se echó á reir, declarando que cuanto