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—Pablo, hombre, repuso su Tio, estoy para mí, que con los latines que te engulles por receta de mi hermano, te vas á meter á coplero (1). Lo que has dicho es un sinfundo en buen versaje: pero á tí te están esas jerigonzas como los requilorios á las viejas.

Latinės era para D. Martin el nombre genérico de todo estudio y saber.

1 —Hermano, le dijo el Abad, lo que dices es poco delicado y poco cierto. El saber le está tan bien á Pablo, como á todo hombre que tiene, como él, un gran entendimiento, una alta inteligencia, un alma elevada y un gran deseo de aprender.

—Mira, Abad, repuso D. Martin, siempre te estoy oyendo hablar de delicadeza, esa es tu muletilla; ¿me querrás decir lo que tú entiendes por esa voz?

Porque quiéreme parecer que tú la miras como un carabinero plantado en la boca; y has de saber que no la entiendo yo así, porque la boca mia es puerto franco. Tu empresa de pulirle los cascos á Pablo ha de ser como la hacienda de la mujer, hecha y por hacer.

—La delicadeza, repuso el Abad, segun la define un filósofo suizo, «se muestra como un constante sacrificio de sí mismo, que se contenta con su propio sufragio, sustrayéndose á la ajena gratitud: es un encarecimiento de consideraciones y urbanidades hácia el desgraciado; es el perdon de una injuria pagándola con un beneficio; es una restriccion de los (1) Poeta.