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que los niños son la verdadera alegría del mundo, á su lado parece la vida más dulce, y los horrores de la tierra mas apartados.

¡Cuán distantes están del infausto árbol del bien y del mal, ellos que no alcanzan á sus ramas!, y es tal el encanto sublime de la inocencia, que hasta dá un reflejo simpático de sí á la ignorancia. Pronto se aprende, pronto se sabe, pero nunca se olvida; el corazon se purifica, la cabeza no. La fé que ha tenido que defenderse luchar contr argumentos impíos, como la virgen que ha tenido que defenderse de los ataques de un seductor violento, conoce el mal aunque lo deteste, y más vale aun ignorarlo que detestarlo. ¿Cuál de los hombres, realmente superioress, sean cuales fuesen sus creencias, no ha envidiado alguna vez la sencilla ignorancia? ¿Qué marino luchando en el mar sin senda, agitado siempre por!

furiosos y encontrados vientos, buscando, sin hallarlo, fondo seguro en que echar el ancla, no ha envidiado la barquilla del pescador, que sin salir de su tranquila ensenada, no pierde de vista el faro que le hace inútil la brújula y otros instrumentos de la ciencia? ¡Y no obstante se levanta hoy dia la voz oscurantismo como pendon de vilipendio, contra aquellos que creen que en el saber no está la moral, sino la corrupcion del vulgo! El mismo Byron ¿acaso no ha dicho; «Sabemos que el saber no es la felicidad, y que la ciencia no es más que un cambio de ignorancia, por otra clase de ignorancia?» ¿Pues para qué trocar la igno-