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rancia humilde y feliz por la ignorancia soberbia y descontentadiza?

Cuando Clemencia les dijo que iban á paseo, las dos niñas se pusieron á saltar de alegría, y las tres fueron á despedirse de Doña Brígida.

—¿Y dónde vas á paseo? preguntó la inamovible señora.

1 —Al campo, á coger flores.

—¡Al campo! ¡Ay Jesus! El campo es para los lobos; pero anda con Dios, hija, si te divierte.

En la puerta se encontraron á D. Martin, que con su capote con su sombrero á la chamberga, venia llenando la calle. Al ver á Clemencia con las niñas, le dijo: —Dios te guarde (y no de mí). ¿Dónde se va con ese séquito, Regina angelorum?

4 —Al campo, señor.

—Bien hecho, id á estirar las piernas y á esparcir el ánimo! si pudiese, habia de ir contigo; pero ya no puedo nada de lo que podia; es necesario echar esta carreta al carril. No hay mas remedio que meterme adentro. Y añadió: ¿Qué es eso que llevas en brazos, Mariquilla?

—Lleva un perro, respondió Clemencia.

—Un perrillo chico, repuso vivarachamente la nina; pero su madre es grande.

—Calla, renacuajo, le dijo D. Martin, que eres como el grillo, que no se le ve á dos pasos y se le oye á mil. La mañana está calurosilla, prosiguió dirigién-