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CAPITULO V.

Apénas se habia concluido la narracion, cuando de lejos se oyeron discordes y confusos gritos. Clemencia puso el oido. Las voces eran muchas, y herian de cuando en cuando el aire estridentes silbidos.

—¿Qué es esto?... dijo Clemencia poniéndose en pie.

—¿Qué ha de ser? opinó Mariquilla, los pícaros de los chiquillos del lugar que andarán de tuna.

—No son estas voces de muchachos, repuso Clemencia, cuyo corazon latia fuertemente, al oir acercarse en aquella direccion la gritería; me temo...

á No acabó la frase, porque una voz distinta ya, la vez ronca, exaltada y azorada gritó: —¡Eh, toro!

1 Un espantoso temblor se apoderó de la infeliz