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Clemencia, mientras que las chiquillas, dando gritos de terror, la rodearon colgándose de sus vestidos.

Clemencia volvió en torno suyo sus ojos extraviados, por ver si algun medio de salvacion se le presentaba; pero ninguno ofrecia aquel lugar.

El vallado alto, espeso, no interrumpido, se alzaba á ambos lados del camino como una muralla vejetal, coronada por las púas de las pitas, como las de mampostería lo están por puntas de hierro; el camino, más hondo que el vecino camp encajonado y preso, se prolongaba indefinidemente á la izquierda; por la derecha sonaba la alarma.

Además, ¿cómo huir, cómo correr, cuando la infeliz apenas podia tenerse en pie? ¿Cómo abandonar á las dos criaturitas, que se asían á ella como á su tabla de salvacion? Y aunque lo hubiese intentado, ¿cuánto habria tardado en alcanzarla la fiera en su veloz corrida?

—¡Estamos perdidas! gimió la estremecida Clemencia cruzando las manos. ¡Madre mia de las Angustias, apiádate de nosotras! Alcanza un milagro en favor de tu devota y de estas inocentes!... que grande es tu piedad, y grande tu valimiento!

La algazara se acercaba; ya sonaba sobre la tierra dura el seco ruido de las herraduras de los caballos en su carrera. Los silbidos y descompuestas voces penetraban como clavos la trastornada cabeza de Clemencia, que permanecia inerte como la imágen del espanto.