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estorbo que le cegaba, podria el toro en lugar de seguir adelante retroceder y volver á hallarse en campo raso, á poca distancia de ellos.

Mas un ruido monótono y sonoro se oye de lejos en uniforme cadencia, y se viene acercando.

—¡Somos salvos! murmuró Pablo al oido de Clemencia.

Eran los cencerros de los cabestros, que requeridos por el ganadero, venian á recoger al toro. Poco despues entraban en el callejon con su uniforme trote, y el toro, mas cuerdo que los hombres, los seguia, pesándole una emancipacion estéril, de que tan mal uso hacía, y que tan poca ventaja le reportaba.

1 1 Poco despues el ruido de los cencerros, á la vez tan melodioso, tan aterrante y tan consolador, se fué perdiendo y alejando, á la par que el peligro; al fin no se distinguió, reduciéndose su sonido á un vago, lejano y grave rumor.

Clemencia, trémula y temblando, caminaba, más que asida, colgada del brazo de su salvador.

—Pablo, le decia con débil voz, no te doy las gracias, porque hablar no puedo; me has dado más que la vida, me has libertado de la más espantosa de las muertes. ¡Oh! ¡y qué frias son cuantas expresiones de gratitud han inventado los hombres, para que te pueda yo expresar lo que siento!

" En este momento llegaban varios hombres bien montados, armados de garrochas. Seguíales tirado