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—Sí, pero ahora es tiempo de que cante Malvarosita.

1 1 Clemencia quedó tristemente sobresaltada: nunca se le habia presentado la idea de la falta de sus Padres y de su Tio. Los jóvenes, por fortuna, nunca piensan en la muerte de los viejos cuando los aman: así fué que calló, pues no se le ocurria que contestar. D. Martin prosiguió: —Quiero yo tener el gusto, cuando me muera, de dejarte amparada por un hombre de mi satisfaccion; y ninguno hallo que para ello más á propósito sea que Pablo, cuyas circunstancias todas son á pedir de boca; á lo que se une la conveniencia de que no pos separarémos, y seguirémos viviendo juntos. ¿Qué dices á eso, Malva—rosita?

Clemencia aturdida y consternada callabalas D. Martin no alcanzaba que las contínuas burque hacia de Pablo, si bien podrian no haber impresionado á juicios superiores, y por lo tanto independientes, como lo era el de su hermano el Abad, debian por precision haber influido desfavorablemente en un juicio dócil y juvenil como el de Clemencia.

—¿No te entra por el ojo el gachon? preguntó sonriendo su interlocutor: ¡ya se ve! mi hijo era mejor mozo; pero este te ha de dar mejor vida. Desenganate, Pablo es un hombre como son los hombres, un hombre honrado; y quien dijo honrado, dijo caballero. Sabes que dice el Abad, que para ti es