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tenia y unia Pablo sobre su Tio la inmensa superioridad fisica y moral de la juventud y de la inteligencia.

1 —Pues si asi es, prosiguió D. Martin; no te parecerá mi Malva—rosa costal de paja, ¿eh?

—¡A mil exclamó Pablo, pasmado de la pregunta.

—Pues, sobrino, ahora es el caso de decir aquello del más ruin de la manada.... aceitera.... aceltera.... (1) porque he pensado que os caseis, y asi todo se queda en casa.

Pablo se quedó extático. ¡Nunca semejante felicidad le habia pasado por la imaginacion! Su corazon latió con un gozo indecible; pero de repente pararon estos latidos tan dulces, porque penetró en seguida con la lucidéz de su entendimiento y la modestia de su carácter, que las lágrimas que habia vertido Clemencia, no tenian ni podian tener otro orígen que la repulsa que una propuesta semejante hecha por su Tio, le habria causado; y para cerciorarse preguntó á éste: Pero señor, este proyecto podria no agradar á Clemencia: ¿acaso sabe Vd. lo que diria?

—Lo sé, señor mio, contestó D. Martin: lo priEnero que hice fué decírselo á ella.

—¿Y qué respondió? preguntó Pablo con ánsia.

—¡Toma! ¿qué habia de responder? que sí, ¡Pues qué! novios como tú ¿se hallan acaso detrás de la (1) Ecxetera.